La Guerra de Tamariam (VI)

Capítulo 6

El crujir de la madera ante los pasos de los diferentes y ebrios inquilinos sonaban como un estruendo a los oídos del joven Jhesen. Cuando la fiesta hubo acabado, abajo se hizo un gran silencio en el que solo se escuchaban los trabajadores de la posada ordenar sillas y limpiar el suelo. El niño se acurrucó en su ajada manta de su pequeño colchón y observó con detenimiento las vigas de madera que decoraban el techo. Su anciano acompañante había conseguido conciliar el sueño rápido pues le daba una falsa sensación de seguridad la silla que había puesto atrancando la puerta desde dentro, además del propio pestillo del que gozaba la habitación. No muy grande y con un baúl donde guardar las más preciadas posesiones de ambos.

Nargol no le había permitido al joven acostarse con su piedra, como éste le sugirió, pues pensaba que un mal sueño le podría hacer, de manera involuntaria, utilizar su artefacto y desencadenar parte de su poder allí mismo. Al margen de los destrozos que podría ocasionar, lo preocupante sería las posibles explicaciones que ambos tendrían que dar, todo ello sin contar con la demostración de la magia ya olvidada. El gran bastón del anciano reposaba en una esquina, pero estaba lo suficientemente cerca como para poder estirar el brazo y hacerse con él rápidamente en caso de imperiosa necesidad. 

—Se acercan, se acercan. —susurraba de manera casi inaudible. 

Efectivamente se acercaban. Pero no eran más que los pasos de los hospedados de las habitaciones limítrofes cuya falta de sigilo era más que evidente.

—Trata de dormir, hijo. Sino mañana estarás destrozado.

Pero Jhesen ni siquiera contestó, se limitó a taparse hasta la barbilla con rostro aterrado. En ese instante su compañero se incorporó rápidamente.

—Quizá esto te ayude a dormir, pequeño.

Se dirigió a la esquina, agarró su bastón, tornó sus ojos en blanco y, con la única luz que proporcionaba su magia y las runas de su báculo, extendió los dedos de sus manos y una fina y tenue luz impregnó toda la puerta. 

—Si intentan abrir la puerta incluso con llave, ésta no se abrirá. Y si la destrozan tampoco podrán pasar. Esa fina capa que puedes observar forma parte de mi magia. Puedes estar tranquilo. —Dijo acompañado de un sonrisa.

Ahora el joven Jhesen se encontraba un poco más calmado e intentaría dormir. Esta vez se puso de lado, mirando hacia la puerta. Aquella magia también le proporcionaba un cierto calor. Sin duda se encontraba a gusto. El cielo estaba nublado y no entraba ninguna luz por la pequeña ventana. Pero, de repente, algo comenzó a sonar en el exterior además del sonido de los cuervos. Parecía un leve susurro. Decía cosas que Jhesen casi ni oía. Se levantó y fue poco a poco hacia su compañero para advertirle.

—Nargol, algo pasa ahí fuera. Escucho susurros.

El anciano se levantó y agarró su bastón nuevamente volviendo los ojos de desesperación.

—¿Qué ocurre ahora, hijo?

—¿No lo escuchas? —Decía mientras mantenía la mirada perdida.

—Sí. Parecen susurros en la noche. 

En ese instante una figura oscura de rostro cubierto por su capucha emergió de detrás del anciano. Éste agarró con fuerza la boca de él para que no hablase a la par que estiraba su mano con celeridad de la cual brotó un líquido negro que alcanzó al niño en la boca sellando así sus labios. Nargol intentó defenderse, pero el intruso era aún más rápido que él y lo desarmó con facilidad a la par que le obligó a sentarse en la cama con tan solo un gesto.

—Callaos y no pasará nada. —Susurró de manera determinante. —Perdonad mi intromisión, pero me tenía que asegurar que nadie os escuchara y, claro, no me ibais a dejar entrar.

De pronto su figura se hizo visible, era la misma persona que los visitó en la mesa.

—Ahora os quitaré lo que os impide hablar. Por favor, no seáis insensatos.

Tornó sus ojos en negro, acarició una daga que portaba en su cinto y extendió sus muñecas haciendo desaparecer la sustancia que los enmudeció. Ambos permanecieron callados.

—Siento no haberme presentado como es debido. Mi nombre es difícil de pronunciar pero los que me conocen me llaman Cuervo. 

—¿Qué…? —Iba a preguntar el anciano cuando su nuevo invitado lo interrumpió.

—¿Qué hago aquí? Más bien la pregunta debería ir dirigida a vosotros, aunque esa respuesta ya la sé. Nargol, os marchasteis, pero muchos aquí conocen vuestra historia y no han olvidado. Ahora más que nunca os buscan. Pensé que las palabras que os dije anoche servirían para ahuyentaros de este lugar, pero me equivoqué.

Se quitó la capucha para estar más cómodo y para poder ser visto en su totalidad. Tenía una cabellera poblada y de color negra.

—¿Quién eres? ¿Cómo sabes quién soy? —El anciano parecía preocupado.

—Soy Cuervo. Es lo más que debes saber ahora. Mi nombre o mi procedencia no importan. No sois los únicos con capacidades.

—¿Hay más seres mágicos?

—Así es, Nargol. Hay más seres que poseen eso que vosotros llamáis magia. Pero el momento de las curiosidades vendrá más tarde. Ahora debéis ocultaros. Han detectado vuestra presencia y vienen hacia aquí en este preciso instante.

La Guerra de Tamariam (VI).

—¿Quién?

—La guardia del Gobernador. Ha sido alertada y vienen a capturaros. Tenéis pocos minutos para escapar sin ser vistos. El resto, me temo, debo dejarlo en vuestras manos. —Decía mientras se volvía a poner la capucha y se preparaba para partir.

—¡Espera! —ordenó el joven Jhesen —¿Quién eres? ¿Por qué nos ayudas?

—Yo… vengo de otro lugar que escapa a vuestro entendimiento. Pronto lo sabréis… joven imbuido de energía vacurka. —Con una sonrisa y el ruido de los cuervos en la lejanía, desapareció.

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